domingo, 27 de enero de 2013

Cineclub, divino tesoro - Para Orilla Sur


Recuperar el cine como hecho social, incentivar el debate, no ser un guetto para unos pocos, resistir a pesar de la poca difusión de los medios y la sala a veces vacía, creatividad para enriquecer los encuentros. Son palabras de los organizadores de algunos cineclubes de Buenos Aires. El desafío de convivir en espacio y tiempo con los grandes cines en medio de la vorágine taquillera.

Que vivimos en un mundo globalizado y lo que los frankfurtianos llaman industria cultural organiza nuestros consumos es un cliché. Un cliché dirían ellos también, como los que abundan en muchas de las películas hollywoodenses, esas que tienen permiso y lugar para llegar a proyectarse en las pantallas de los grandes cines. Lo importante es estrenar, después de todo, y que sea rentable. Lo relevante es la novedad. Pero en medio de esas obviedades que conocemos nos acostumbramos a mirar sin mirar y quizás nos estamos perdiendo de algo. Los cineclubes, esos divinos tesoros instalados por ahí, partes de pasado que renacen para ser resignificadas, aguardan ser descubiertos en una nueva dimensión.

En palabras del organizador del Cineclub La rosa, el fin de cualquier cineclub es “difundir y rescatar aquellas películas que han pasado desapercibidas, están fuera del circuito comercial y merecen ser reconsideradas, sean contemporáneas o clásicas”. Nadie puede negar que en ese sentido es una gran empresa. Lleva a cabo el desafío que sólo un ímpetu apasionado puede sostener porque proponerse ofrecerle a la ciudad otro tipo de cine es algo parecido a montar una carpita al lado de una mansión.

La Rosa funciona dentro del Centro Cultural y Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte desde 2007. Emiliano Penelas considera que el cine “debe volver a considerarse un hecho social. El cineclub alienta a ver las películas en pantalla grande y en grupo; la participación colectiva retroalimenta lo que se está viendo.” La mayor meta es armar un espacio en donde el encuentro no sea el hecho masivo y simultáneamente individual, tal como lo supone el acto de ir al cine en la actualidad. Tiene algo de nostálgico. Para el Cineclub La Rosa la experiencia viene generando sus frutos, el público se ha ido incrementando año tras año.

Buenos Aires Mon Amour ó BAMA cuenta con dos sedes, una en Recoleta y otra en San Telmo. Lo visitan más de mil personas al mes. Sin embargo Guillermo Cisterna Mansilla, uno de sus organizadores, cuenta sobre la opuesta realidad en sus inicios: “Arrancamos en el living-comedor de un departamento con amigos y amigos de amigos. Venían veinticinco personas una vez al mes.”BAMA conserva el espíritu del cineclub, en donde se presentan las películas y después se discute sobre la misma pero – y esto es muy interesante- Guillermo aclara: “Si bien hay un debate con los presentes no hay necesidad de saber sobre cine o tener conocimientos previos. No queremos ser un guetto sino un lugar donde la gente pueda descubrir que también hay otro cine además del habitual de las salas comerciales.”

El arte plantea una distinción entre arte para todos, popular, en oposición al arte para eruditos. Probablemente tengamos una gran deuda como sociedad al no reconsiderar esa división para dejar de pensar que el cine de autor, el clásico y el independiente debe ser interpretado necesariamente en clave difícil, sólo para entendidos, para una elite intelectual capaz de comprenderlo. El cine es heterogéneo. Si la idea del cineclub es la de difundir películas alternativas a las que colman las pantallas gigantes de las cadenas que concentran el monopolio de la industria cinematográfica, se vuelve interesante que no demande por parte de sus espectadores un conocimiento que muchas veces no se posee. De lo contario falla en su objetivo. Por eso BAMA no convoca a la asistencia de quienes estén capacitados para no se qué supuesta aventura intelectual sino a abrir una nueva puerta, una más, para comprender y enriquecer el mundo, a lo que en definitiva invita el arte. Para Guillermo la respuesta del público también ha sido muy buena: “Muchos experimentan por primera vez estos encuentros y les resulta enriquecedor el intercambio de opiniones, diálogo y conocer sobre autores y geografías hasta entonces desconocidas”.

Inboccalupo funciona en Colegiales y si bien exhibe clásicos y películas contemporáneas que han tenido poco lugar en las carteleras, privilegia las producciones de jóvenes cineastas. También comenzó siendo un modesto espacio. Santiago Ceresseto, uno de sus realizadores, cuenta: “Los primeros meses realizábamos proyecciones alquilando un proyector y con sillas ubicadas al ras de piso en forma de triángulo para que todos pudieran ver. Hoy tenemos nuestro propio proyector y armamos gradas con capacidad para sesenta personas.” Inbocaluppo se propuso acentuar el debate y enriquecerlo con especialistas destacados. Bajo esa idea, por ejemplo, organizó un ciclo de cine francés en el que se planteó un debate desde el psicoanálisis, coordinado por dos psicoanalistas, una de las cuales fue co-autora del libro en el que se basó XXY. Santiago dice que un ciclo que les da mucha satisfacción es el orientado a la tercera edad, en el que buscan exhibir películas acordes a los intereses de las personas que asisten. En cuanto a la respuesta general del público, asisten alrededor de veinte personas por función de las cuales muchas son habitúes. Agrega “Durante las estaciones cálidas solemos hacer proyecciones en nuestro jardín y se incrementan los espectadores. Mientras disfrutan de la película pueden tomar algo rodeados de verde”.

El cineclub Inbocaluppo pareciera actuar siempre bajo la lógica de innovar y hacer dialogar al cine con otras disciplinas, lo que vuelve atractiva la concurrencia. Su organizador cuenta que una de las últimas iniciativas es un ciclo de la Pantera Rosa con música en vivo:”Es una idea que surgió ya que la Pantera es el dibujo que más me gustaba de chico y soy fanático de su música. Se me ocurrió preguntarle a un excelente músico qué le parecía la idea de convocar a una orquesta de jazz para interpretar en vivo la obra del gran Henry Mancini. Se puso en campaña para convocar músicos y como el ciclo anduvo bien decidimos continuarlo durante septiembre.”

Por último, Otro ciclo de cine funciona en Virasoro Bar. Se propone ante todo repensar la relación entre cine y literatura. Las palabras de Luciano, su programador, permiten trazar nuevos ejes de discusión y replanteos: “En nuestros ciclos supo haber debates y presentaciones exclusivas. Llegamos a estrenar películas inéditas que subtitulé yo mismo con ayuda de amigos. El público suele responder bien. Hace preguntas, conversa conmigo al finalizar la proyección. Tuvimos fechas exitosas, a sala llena. Hubo días en que hasta quedó gente afuera. Cuando las fechas son concurridas, todos la pasamos bien pero no siempre son encuentros felices. A veces ni siquiera estoy seguro si vale la pena pasar la película o no, porque somos cuatro ó cinco personas. Muchas veces sentí que tenía mucho para decir sobre una película y al encontrarme con una platea vacía, preferí guardarme el discurso en el bolsillo”.

Cuando se lleva a cabo un proyecto como el de un cineclub se sospecha qué puede ocurrir: quizás pasa desapercibido. Las causas son predecibles y no tanto. Según Luciano “El público es muy ecléctico y pocos se entusiasman con una propuesta que quizás depara demasiada exigencia por parte del espectador promedio. No siempre es posible lograr conectar con el público. Creo que hay un interés creciente por el cine arte pero eso no garantiza nada. Siempre es difícil sin el respaldo de la prensa. La gente se guía demasiado por lo que dicen los medios. No suele aventurarse a probar cosas distintas y quizás, después de todo, es una actitud razonable.”

Resuenan algunas frases. Se pueden extrapolar esas imágenes a la totalidad de la cultura: la gente no suele aventurarse a probar cosas nuevas, la prensa decide qué novedades respalda, los medios son determinantes en la difusión de las actividades culturales, a veces hay que cancelar el discurso porque la platea está casi vacía. Tal vez no se trate de la falta de interés por otras formas de cine ni de la ausencia de voluntad de retomarlo como hecho social o ampliar el tipo de películas que se ven. En tanto no se incentiva a la sociedad a tal fin, “es después de todo una actitud razonable”, dice Luciano. Es casi imposible contradecirlo instantáneamente.

Queda pensar la respuesta, encontrarle la vuelta, poner sobre las mesas el debate en torno a las prácticas culturales ricas de contenido y forma que habitan la Ciudad, más cercanas de lo que se piensa, más sencillas de lo que se cree, más entretenidas de lo que parecen, porque todo indica que nos estamos perdiendo de algo.
Sitios Web de los cineclubes mencionados, con toda la actualización de los ciclos:


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